LA RATITA PRESUMIDA
01/2012

El de la Ratita Presumida es uno de los finales de cuento más absurdos de la historia de la humanidad. No es retorcido, gore y surrealista como el de Caperucita Roja, pero es absolutamente increíble, en el sentido de que no hay dios que se lo crea. La cosa va de la siguiente manera:
Resulta que había una vez una ratita que barría la escalera de su casa –lo que hacen habitualmente las ratitas, vamos– y se encontró una moneda. ¿En qué gastarse el dinero? La ratita contempló tres opciones: comprarse caramelos –descartado por posibles y futuras caries–, comprarse un pastel –descartado por posibles y futuros michelines– y comprarse un lazo de color rojo para ponerse en la cola, que fue finalmente la opción elegida.
Tan y tan guapa estaba la Ratita Presumida con su nuevo lazo en el rabo, que todo el barrio se volvió loco y quiso beneficiársela. Lo intentaron un gallo, un perro y un cerdo, pero los tres fueron rechazados por la roedora, fémina exigente. Quizás penséis que la Ratita Presumida vetó a sus pretendientes porque no eran de su misma especie y aquello hubiera sido una insana unión contra natura, pero nada más lejos de la realidad: los rechazó porque, se ve, no le gustaba la voz que tenían.
Hasta que llegó un dulce gato con sus melodiosos maullidos y, éste sí, se cameló del todo a la Ratita Presumida, que cayó rendida a sus pies. Y acaba el cuento que se casan, son felices y comen perdices. Y yo me pregunto: ¿estamos locos? ¿Cómo que se casan y son felices? ¡Que son un gato y una rata, jodíos! El único final posible es que el gato se zampa a su señora, hombre. Qué manía con confundir las cosas: son niños, no imbéciles.

LeandroAguirre©2012

 

 

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