PINOCHO
10/2011

En un lugar de Italia de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía un carpintero viejo y chocho. Harto de su soledad decidió, en un ataque de senilidad, hacer un niño de madera para que le acompañara en el otoño de su vida. Otros se hubieran comprado una muñeca hinchable, o se hubieran ido de putas, o hubieran realizado un viaje a Tailandia, pero no el bueno de Geppetto que, como decíamos, se decidió, con vete a saber qué oscuras intenciones, por un niño pequeño.
Lo que no podía imaginarse Geppetto cuando se metió en la cama noqueado por el litro y medio de vino que, vasito a vasito, había consumido con la cena, es que, al levantarse, el chaval que había modelado con sus manos el día anterior habría cobrado vida y le hablaría.
–Tengo hambre. ¿Tienes algunas astillas o algo por ahí? –el anciano se frotó los ojos–. ¡Eo! ¡¿Me oyes?! –insistió aquel niño de madera que daba grima mirar.
–Eh... Mmm... –balbuceó Geppetto–. Ahí hay serrín –dijo señalando un saco que se hallaba a la derecha del niño.
El chaval comenzó a devorar aquel polvo mientras el carpintero lo miraba aún incrédulo. Fue entonces cuando Geppetto dijo:
–Te llamarás Pinocho.
El niño abrió los ojos como platos y, aún con la boca llena de madera masticada, protestó:
–Jodeeer... ¿Pinocho? ¿En serio? O sea, tú me has creado y yo te respeto y tal, pero, coño, es un nombre muy feo. ¿Te lo has pensado bien? Que es un nombre que te marca para toda la vida, hombre. No sé... Giusseppe, Marcello, Giovanni, Manolo... Me sirve cualquiera. Pero es que Pinocho...
–Te llamarás Pinocho.
No os aburriré con los detalles, pero la discusión duró varias horas más hasta que el niño, más por hartazgo que por convicción, claudicó.
–‘Ta bien... Me llamaré Pinocho.
A lo que Geppetto, en plan chulo, concluyó:
–¿Lo habías dudado en algún momento?

La vida transcurrió tranquila los siguientes días. Geppetto trabajando en sus cosillas y planteándose muy seriamente hacer en madera una sueca de veinte años, Pinocho asimilando su flamante nombre y comiendo madera por los rincones, y el perro de la casa desaparecido en combate desde que salió huyendo tras ver a aquel mueble con vida propia que había ocupado la casa.
Hasta que un día, todo cambió. Geppetto había estado trabajando en una costosa mesa que, una mañana, había desaparecido. Por los restos de mesa mordisqueada esparcidos por todo el taller y el considerable volumen que el estómago de Pinocho había adquirido en tan solo unas horas, Geppetto llegó a la sabia conclusión de que había sido su creación el que se la había zampado. Así que fue a buscarlo y le interrogó.
–Pinocho, ¿te has comido la mesa que había en la carpintería?
–¿Mesa? ¿Qué mesa? –disimuló el niño.
Fue entonces cuando Geppetto observó que la nariz del niño crecía un poco.
–Te lo preguntaré otra vez: ¿te has comido tú la mesa?
Pinocho abrió los ojos con desmesura como sólo los abren los que mienten e insistió en su negativa:
–Nooo, qué va... No sé de qué me hablas.
Y la nariz de Pinocho volvió a alargarse unos centímetros ante el asombro de Geppetto, que decidió darle una última oportunidad.
–Pinocho, por última vez: ¿qué ha pasado con la mesa?
–No tengo ni idea, en serio –contestó Pinocho mientras su nariz alcanzaba ya una longitud que no podía pasar inadvertida.
Geppetto, abatido, cayó de rodillas en el suelo y elevó la vista al cielo en plan Brad Pitt en ‘Seven’ o Michael Corleone en ‘El Padrino III’.
–¡Nooooooooooo...! –exclamó con los ojos anegados en lágrimas–. ¡Mi hijo es un político!
Tras lo cual, agarró a Pinocho, lo tiró a la chimenea y le prendió fuego y él se quitó la vida perforándose la sien con una pistola de clavos.
Y es que, como habréis observado, aquí no somos mucho de finales felices.

LeandroAguirre©2011

 

 

SECCIONES ACTIVAS

SECCIONES FINALIZADAS

OTROS