Pues na’... Que en eso que iba un señor llamado como veis ahí arriba, teniente de la Fuerza Real Aérea británica para más señas, haciendo su trabajo —es decir, pilotar— cuando el copiloto tuvo una urgencia interna y se ausentó unos minutos.
Fue entonces cuando el teniente Townshend —que, según ha declarado posteriormente, se aburría— sacó una cámara de fotos para tomar unas cuantas y privilegiadas instantáneas. El avión iba con el piloto automático, así que, qué podía pasar, ¿verdad?
Pues podía pasar que la tecnología no entiende de torpes y tonto’lculos. Y lo que sucedió fue que al teniente se le cayó la cámara de las manos con tan mala fortuna que se quedó entre los mandos, desactivando el piloto automático y bloqueando el avión, que inició una caída en picado de más de 1.300 metros que solo se detuvo cuando el copiloto consiguió volver a la cabina desde el lavabo (vete a saber cómo le pilló el asunto cuando el avión empezó a descender) y pudo hacerse con el control del aparato.
Nos cuentan que los 187 ocupantes del aparato, personal militar todos ellos, están muy agradecidos al copiloto por haberles salvado la vida, pero que no lo están tanto con el teniente Townshend, como es comprensible y humano. Que ya se lo encontrarán, dicen.
Nosotros del teniente no estaríamos demasiado tranquilos, porque repetimos que se trataba de personal militar y, bueno, queremos recordar que, en su gran mayoría, son gente que lleva un arma. Iremos más allá: si nosotros fuéramos el teniente Townshend nos plantearíamos muy seriamente el exilio y un cambio de profesión. Hasta un cambio de identidad. Y una cirugía estética para que no nos reconociera ni nuestra madre, ya puestos. Y aún así no viviríamos tranquilos.