Hay varias profesiones a las que este jurado tiene un cariño especial. Una, por ejemplo, es la de economista, esa gente que te explica maravillosamente bien lo que ha pasado pero que no tiene pajolera idea de lo que va a pasar ni de, sobre todo, cómo cojones solucionar lo estropeado. Ellos, en la maravillosa idea que tiene de sí mismos, se piensan que sí, pero no: no tienen pajolera idea.
Otro sector al que admiramos a más no poder es el de la demoscopia, que, elecciones tras elecciones, demuestra que tiene de ciencia lo mismo que el tarot y los posos de café. De hecho es un gremio que, diríamos, tiene como mínimo un par de Tonto’lculos de la Semana. Podríamos comprobarlo, sí, pero no nos da la gana.
Otro gremio similar sería el de politólogos y opinadores políticos en general, que, como bien sabéis, esta semana se han cubierto de gloria. No sólo porque, salvo honrosas excepciones —nuestras loas a Michael Moore—, nadie había visto venir la victoria de Trump, sino porque además los análisis posteriores han sido pa’ mear y no echar gota. O sea: no eran ellos los que se habían equivocado, eran los votantes estadounidenses los que habían votado mal. Bueno, y eso los que no consideraban a los votantes de Trump unos lerdos que, poco menos, no deberían tener derecho a voto. Por haberlos hecho quedar como el culo, suponemos.
Y son ellos, los opinadores —esa gente a la que le da igual hablar sobre galgos o sobre podencos, porque de todo entienden—, los que se llevan esta semana el Tonto’lculo. Vaya espectáculo, amigos. Menudo zasca en todo el hocico. Qué nivel, en serio.
En fin... No podríamos vivir sin paletas, electricistas, transportistas y etcétera, pero no sabemos si nadie acusaría la falta de economistas, encuestadores —y no nos referimos, obviamente, a los pobres chavales que se patean la calle preguntando por cuatro duros—, politólogos y, por encima de todo, opinadores varios. Nosotros no, directamente lo decimos. ¿Falta de respeto? Lo que nunca ha existido, no puede faltar.