El sheriff de un pueblo del oeste —es un western, sí, lo habéis adivinado— encarcela al hermano del tipo más poderoso del lugar, algo que, evidentemente, no le sienta demasiado bien al tipo en cuestión, quien intentará liberar a su pariente por todos los medios.
Y ya sabéis que en el oeste por todos los medios significaba literalmente por todos los medios, así que, finalmente, los hombres del malo acaban rodeando el cuartelillo del sheriff —o la sheriffaría o cómo se llame—, que solo cuenta con la ayuda de sus dos ayudantes, un alcohólico y un entrañable señor de unos 200 años, a los que se une un chaval joven muy hábil con la pistola que se ve que pasaba por allí y que, se ve también, no tenía nada mejor que hacer.
Y nada, lo lógico: que allí se monta una ensalada de tiros entre unos y otros —mítica ensalada de tiros, por ser más concreto— que, lógicamente también, acaban ganando el sheriff y los suyos. Y no solamente porque fueran los buenos y en las pelis siempre ganan los buenos, sino porque además es que el sheriff era John Wayne y el ayudante borrachín Dean Martin, y a mí no se me ocurren dos tipos más extremadamente chulos, y menos juntos. Imposible que perdieran en un tiroteo, hombre. Pero imposible. Hasta ahí podíamos llegar.