En busca del arca perdida es, básicamente, lo que antaño se conocía como una ‘peli de aventis’. De aventuras, vamos. Y aventuras hay, desde luego. Bueno, de hecho es lo que más hay: aventuras. Porque lo del argumento lo resolvemos rápido.
Se ve que los nazis —es en la época de los nazis, sí— entre invasión e invasión andaban tras el Arca de la Alianza, que es, ni más ni menos, el trasto que contiene los diez mandamientos que Yahvé le entregó, supuestamente, a Moisés y que confería, entre otras cosas, el poder de destruir ejércitos enteros. Lo que le hubiera faltado tener a Hitler, vamos.
Al enterarse de ello, los americanos deciden enviar tras la pista de los nazis y el Arca a un tal Indiana Jones, profesor de arqueología por la universidad de no sé dónde, porque pensaron con buen criterio que, lo dicho, solo le faltaba a Hitler tener en las manos un arma de destrucción masiva como esa.
Y eso: que, aventura tras aventura, peligro de muerte tras peligro de muerte, finalmente, como no podía ser de otra manera, es Indiana, Indy para los amigos, el que se hace con el Arca, evitando que Hitler se apoderara de ella, que es lo que le hubiese faltado a Hitler, que no sé si lo había dicho.
¿Aprovecharon entonces los americanos estar en posesión del Arca para acabar con todo el ejército alemán y el japonés y liquidar la guerra? Pues no: lo guardaron en un lugar secreto y continuaron la guerra de forma convencional, con el desembarco en Normandía, las bombas de Hiroshima y Nagasaki y todo eso. Muy honrados, los americanos. O muy tontos, según se mire. Porque Hitler no se hubiera pensado ni dos segundos utilizar todo ese poder, que es lo que le hubiera faltado. O lo que le hubiese faltado, puntualicemos.