MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS

Pues na’... Que al general Custer, el gran Errol Flynn, le asignan —tras diversos avatares que duran la mitad de la película y que no me apetece explicar— el mando del Séptimo de Caballería, un regimiento que custodiaba la frontera con los sioux, que era una gente que, sin comerlo ni beberlo, se encontró un día que en su ancestral territorio habían fronteras.
Total, que Custer advierte al Gobierno y a quien le quiera oír que va a haber un pollo con los sioux que se va a cagar la burra —quizás con otras palabras pero, resumiendo, ese era el mensaje—, pero no solo nadie le hace ni puñetero caso, sino que le acaban montando un consejo de guerra.
Efectivamente, al final los sioux montan un pollo que se caga la burra —siempre técnicamente hablando, por supuesto— y Custer, hombre algo tarambana pero de honor, le pide al presidente Grant que, porfiplís, le deje volver con sus hombres para mayormente morir con ellos.
Y, sí, Custer se reúne con sus 600 muchachos en Little Bighorn, donde están a punto de recibir la visita de 6.000 sioux cabreados, que es como enfrentarte a 60.000. Como podéis comprender, aquello no tuvo color y del Séptimo de Caballería solo quedó el recuerdo. Que fue una masacre, vamos. Yo qué sé... Que se hubieran quedado en sus casitas, qué quieres que te diga. Y, es cierto, murieron con las botas puestas, pero es normal: cuando estás rodeado de 6.000 indios que quieren tu cabellera no estás pa’ hostias, y menos para quitarte las botas. Lo asombroso hubiese sido que hubieran muerto con las botas quitadas, ¿no? Yo solo pregunto, que nadie se ofenda.

LeandroAguirre©2016

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