PROTAGONISTAS: David Livingstone y Henry Stanley.

ÉPOCA: Una en la que las expediciones no se medían en días, semanas o meses, sino en años o décadas.

MOMENTAZO: Que, como resulta que el Dr. Livingstone llevaba ya varios años que no daba señales de vida tras adentrarse en África en busca del nacimiento del Nilo, el New York Herald organizó una expedición para encontrar al famoso explorador. Sí, podrían haber hecho una esquela y sentarse a esperar, pero no: mandaron a un tipo al continente africano en busca de Livingstone. Eso es periodismo y lo demás, tonterías.
El tipo en cuestión se llamaba Henry Stanley, un periodista que, por lo que se ve, aparte de ser un aventurero no tenía demasiadas obligaciones allá en Nueva York. Y para África que se fue Stanley para, finalmente, encontrar a Livingstone a orillas del lago Tanganica, dirigiéndose a él con la famosa frase: “El Dr. Livingstone, supongo”.
Lo que no se explica nunca es lo que contestó Livingstone. Se supone que fue algo así: “Efectivamente. ¿Y usted es...?”. Pero... ¿y si no?; ¿y si el Dr. Livingstone hubiese sido un cachondo mental y le hubiera respondido algo como: “No, yo me llamo Manolo Fernández y al Dr. Livingstone que usted busca me lo encontré yo hace un mes a unas mil millas hacia el sudoeste”? Se supone que Stanley hubiera continuado buscando a Livingstone, pero esta vez , y una vez descubierta la broma, para matarlo.
Pero se ve que no, que el Dr. Livingstone era, aparte de un explorador como ha habido pocos, una persona seria que no le hacía este tipo de putadas a la gente. Una lástima, porque oportunidades como esa se presentan pocas en la vida. El día que alguien me venga en Kenia y me diga “El Juntaletras, supongo”, va a aparecer en el Círculo Polar Ártico, ya os lo digo.