—Le advierto, caballero, que como no deponga su actitud me veré obligado a utilizar la violencia física en su contra. Con todo el respeto se lo digo.
—Apreciado señor: no son propios de caballeros ni la amenaza ni el recurso de la fuerza bruta. Creo que podemos dirimir nuestras diferencias de manera mucho más civilizada. Espero que no le moleste mi apunte.
—No me molesta, pero, por última vez, señor: o ceja usted en su inapropiado comportamiento o me veré obligado a quitarme la chaqueta y a utilizar mis puños. Aténgase a las consecuencias.
—Y yo debo insistir en lo anteriormente dicho: esto no es propio de caballeros, caballero.
—Me quito la chaqueta a la de una...
—Se equivoca usted, le repito aun a riesgo de parecer demasiado insistente.
—Me quito la chaqueta a la de dooos...
—Mire que así no se hacen las cosas.
—Y a la deee...
—Señor, por favor, esto no es necesario.
—La madre que me parió... ¡Que le quites la mano del culo a mi señora a la voz de ya o te reviento la cara contra la barra, me cago en la puta! ¡Tanta educación y tantas hostias ya, cojones!