—Tienes que ir a Mordor a tirar este anillo a una hoguera que hay por allí.
—Sí, mira; no tengo otra cosa que hacer.
—¡La Tierra Media depende de ti!
—Ves tú, majo.
—Ejem... Yo no puedo.
—¿Por?
—Tengo unos compromisos y tal, ya sabes.
—Nos ha jodido... Yo también, Gandalf, yo también.
—¡La vida de todos está en tus manos!
—Pues ya es mala suerte, ¿verdad?
—¡Morirás!; ¡¿no lo entiendes?!
—Todos hemos de morir algún día, Gandalf; no nos pongamos dramáticos.
—Coño, Frodo, pon algo de tu parte, que nos quedamos sin trilogía.
—Se siente.
—¿Tú sabes el disgusto que se van a llevar Tolkien y Peter Jackson?
—Me sabe fatal, en serio.
—Entonces... ¿no vas a ir?
—Ni de coña, vamos. A Mordor, dice, que no está lejos ni na’. Además, dicen que aquello está lleno de orcos, vaginas incandescentes y cosas. Quita, quita...
—Está bien... Me decepcionas, Frodo.
—Pues vale. Cierra la puerta al salir, por favor.
—Tch... La juventud ya no es lo que era...
—Que sí, que sí... Venga, adiós.
—Por cierto... ¿me devuelves el anillo?
—No sé de qué anillo me hablas.
—Me lo temía.