ZARIGÜEYAS

Podría escribir los versos más tristes este mediodía. O podría no escribirlos, claro, que ya está la cosa lo suficientemente jodida como para ponerse melodramático por el simple placer de ponerse melodramático. ¿A qué viene esto? Ni idea, oye; de alguna forma tenía que comenzar. ¿Comenzar el qué? Ni idea tampoco. Y no me presionéis, ¿eh?; que algo saldrá.
Hablando de ponerse melodramático, me admira la gente que, especialmente en EEUU, se preparan para el Apocalipsis en sus más variopintas modalidades. Unos esperan el apocalipsis financiero, otros esperan el apocalipsis energético, otros el apocalipsis alimentario y otros esperan, directamente, el apocalipsis nuclear. Y, oye, nadie puede asegurar que alguna de esas cosas no pueda llegar a suceder, porque de tanto tensar la cuerda al final la cuerda puede hacerse trizas.
La cuestión filosófica es: ¿vale la pena prepararse para el hipotético caso de que alguna de esas catástrofes sucedan? Pues si tu intención es sobrevivir a toda costa aunque sea en un mundo de mierda inhabitable, pues sí, vale la pena, pero, personalmente, si alguna vez cae un meteorito enorme en la Tierra rezo para que, por favor, me caiga justo en la cabeza, porque lo que vendría después da terror. Dicho de otro modo, si el precio de estar vivo es tener que adentrarse en los bosques a matar zarigüeyas o ardillas para comer o, peor aún, tener que vivir en un mundo sin árboles y sin una miserable zarigüeya que llevarse a la boca, que sobreviva el tato, oye.
Pero que cada uno construya los refugios nucleares que quiera construir, acumule las armas que quiera acumular y almacene las latas de fabada Litoral que quiera almacenar, por supuesto. Yo ofrezco mi cadáver para que los supervivientes puedan comer unos días, más no puedo hacer. Bueno, sí puedo, pero no quiero.

LeandroAguirre©2014

TODOS LOS ARTÍCULOS

 

 

SECCIONES ACTIVAS

SECCIONES FINALIZADAS

OTROS