NAPOLEÓN BONAPARTE

NOMBRE: Napoleón Bonaparte.

ÉPOCA: Una en la que la gente tenía un gusto horroroso en cuanto a vestimentas y, especialmente, sombreros se refiere. Qué cosa, oye.

CURRÍCULUM: Un grande, Napoleón. Por resumir desde un principio, Napoleón es el paradigma de tío al que se le para la cabeza y entra en trance megalómano. Talmente como José María Aznar o Belén Esteban, pero en exageradamente bestia, a lo que habría que añadir su condición de francés, y que cada cual interprete lo que quiera. No hay más que ver cómo se hacía retratar en los cuadros el cachondo. Pero hay que comprenderlo: el hombre iba pidiendo —reclamando, exigiendo, cogiendo por la fuerza…; semántica…— cosas y las iba consiguiendo, y, por consiguiente, seguía pidiendo. Se ve que, como lo de general se le quedaba extremadamente pequeño, se despertó un día y dio un golpe de estado para ser proclamado posteriormente cónsul. Pero como lo de cónsul tampoco le acaba de encajar, se nombró cónsul vitalicio, que como cargo no está mal. Pero tampoco. Así que hizo que le nombraran emperador de los franceses (sic), tras lo cual tuvo que parar. Pero no por decisión propia, está claro. Lo que sucedió fue que, cuando comunicó su intención de proclamarse esta vez emperador intergaláctico de todos los universos conocidos y desconocidos, unos cuantos dijeron basta y lo enviaron de isla en isla para realizar curas terapéuticas, baños de algas y esas cosas, porque, también como Aznar y la Esteban, se le había ido ya tanto la olla que ni hablar con él se podía.
Aunque el gran debate en torno a Napoleón no se centra ni en sus conquistas militares, ni en sus matanzas durante ellas, ni en sus acciones de gobierno o desgobierno. No. La gran pregunta sobre Napoleón es: ¿por qué narices llevaba la mano en el pecho? Muchos han sido los historiadores y sabios que han dado su versión sobre el asunto, pero ni caso, en serio. Ni dolencias cardíacas, ni parálisis de brazos, ni nada de nada. Vosotros haced caso de la Infrahistoria. Lo que pasaba era que Napoleón era un tipo muy mezquino, muy desconfiado y muy agarrado y controlaba enfermizamente que la cartera estuviese en el lugar que le correspondía. ¿Cómo lo sé? Lo sé. Y ya está. Tanta pregunta, tanta pregunta, hombre.

MOMENTAZOS:
–Waterloo.
Napoleón era, básicamente, una persona muy pesada. Era un culo veo culo quiero, para entendernos. Que me gusta Egipto, pues me lo quedo. Que mira qué sol más rico hace en España, pues la anexiono. Que no estaría mal una parcelita en Rusia, ¿verdad, Josefina?, pues la invado. No era, como se puede comprender, una persona demasiado popular fuera de Francia. Hasta que un día le dieron una somanta de palos en un lugar llamado Waterloo y se acabó la historia. Y es que cuando uno va de chulito y de matón por la vida casi siempre aparece alguien más chulito y más matón que te mete la del pulpo. Por espabilado. Por espabilé, en este caso.
–La isla bonita. A Napoleón lo desterraron a dos islas: Elba y Santa Elena. En la primera aún se podía dar algún paseíllo que otro, pero se ve que en la segunda si dabas tres pasos te caías al mar. O sea: Formentera a su lado es Australia. Y como Napoleón acabó enseguida de conquistar las siete piedras y los dos arbustos de aquella isla y de autoproclamarse emperadorisísmo del lugar, se acabó muriendo de aburrimiento. Sí, de aburrimiento. No sé de dónde sale lo de su dolencia de estómago. Solemne tontería.
–Josefina. La parienta de Napoleón era Josefina. Qué decir de Josefina… Alguien que se casa con Napoleón, pues así debía ser también, claro. Muchas habladurías corrieron alrededor de la vida sexual de Josefina. Que si con éste, que si con aquél… Sí, bueno, la gente tampoco sé qué espera. Si estás casada con un iluminado que, aparte de estar como una regadera, se pasa años por ahí de conquista en conquista, en algo tienes que entretenerte. Y si encima cuando estaba en casa se dedicaba a posar para cuadros alucinógenos, pues imaginaos el panorama. Además, pensad que en aquella época… ¡no tenían tele ni internet ni nada! Una santa es lo que era en realidad Josefina por aguantar lo que aguantaba. Dicho queda.
–De atar. ¿Por qué de los locos se dice que "se creen Napoleón"? Viendo los méritos del susodicho no es difícil de adivinar, pero lo curioso está en otra cosa. Lo que le da el punto esquizofrénico y angustioso al asunto es que, en realidad, Napoleón… ¡también se creía Napoleón! Y si empiezas a pensar en ello en serio da una paranoia parecida a las paradojas de los viajes en el tiempo y cosas así. No lo intentéis, en serio, y menos si vais fumados. Desde Ámsterdam os lo aviso: mucho ojito.

EPÍLOGO: Para unos un genio, para otros un elemento como el que no hubo otro hasta Hitler, para los de más allá un simple enfermo… Hubiera sido un personaje delicioso de ficción, pero, claro, existió de verdad. Bueno, eso dicen, que yo no estaba. Y los que dicen que existió tampoco estaban, así que tampoco tenéis por qué creer ciegamente que existiera de verdad. Yo, como siempre, ahí lo dejo.

LeandroAguirre©2013 (revisión 17/09/2014)

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