EL CID

NOMBRE: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.

ÉPOCA: Una en la que cada dos horas cambiaban las fronteras, las alianzas se contaban en minutos y era más fácil que te desterraran que pillar un resfriado. Una fiesta continua, efectivamente.

CURRÍCULUM: El Cid, personaje mítico de la historia, la leyenda y la literatura peninsular (hablar de España en el siglo XI sería una broma), era un caballero castellano que llevó una vida de lo más entretenida. Se ve que en casa viendo la tele y soportando a los críos se aburría un montón e, igual que Homer Simpson se va al bar de Moe, el Cid —que entonces no era el Cid sino sólo Rodrigo o, como mucho, el señor Díaz— se iba a librar batallas por ahí. Cada uno tiene las aficiones que le da la gana, faltaría más.
El caso es que el Cid iba de guerra en guerra y de señor en señor. Primero con el rey Sancho contra el rey Alfonso; después, cuando Sancho murió, con el rey Alfonso contra Sevilla; más tarde con el rey de Zaragoza contra los condes catalanes; después de vuelta con Alfonso contra a quien este se le pasara por la cabeza… Y así toda la vida.
Hasta que, un día, a Rodrigo Díaz se le hincharon las narices, conquistó Valencia, decidió hacerse autónomo y creó una república independiente como la de Ikea, aunque, en este caso, de República tenía bien poco porque el Cid, obviamente, se nombró a sí mismo Señor de todo aquello. Que ya estaba bien de ir para aquí y para allá sin poder sentarse cinco minutos y, además, su esposa Jimena ya se estaba empezando a poner pesadita con el tema. Pero —ah, destino— fue en Valencia donde el Cid perdió la vida atravesado por una flecha infiel.
A partir de ahí, la leyenda. De la historia más o menos veraz de este señor se han hecho cantares, novelas, películas, series, óperas y cuadros, y estamos esperando de un momento a otro el lanzamiento de tres videojuegos y 324 aplicaciones para i-Phone y android. Y ya lo que indudablemente le hace dar el salto de calidad absoluto y definitivo es aparecer en la Infrahistoria. Ni en sueños hubiera imaginado el Cid cuando aún era Rodriguito merecer tal honor. Pero ni en sueños, vamos.

MOMENTAZOS:
—Alfonso VI.
No sé yo si este monarca castellano tendrá algún día apartado propio en la Infrahistoria, porque mucho tendría que durar la Infrahistoria, así que tendrá que aprovechar estas cuatro líneas de fama. Aunque, en realidad, lo único remarcable de este rey es que, cuando se le llevaba la contraria, hacía morros, dejaba de respirar, te retiraba la palabra y, finalmente, te desterraba. Al Cid, sin ir más lejos, lo desterró un par de veces, la última cuando ya decidió quedarse en Valencia. Pero no seamos injustos: mejor los cabreos de Alfonso VI que los de Hitler o, incluso, los de Margaret Thatcher. Andevaustedaparar…
—Sááálvaaameee, soy un naúfragooo… El Cid no sólo se hizo famoso a sí mismo, sino que hacía famoso todo lo que tocaba. Algo solamente comparable a don Quijote. Si el caballero andante tenía a Dulcinea, el Cid tenía a Jimena, que hasta rima (aunque, digámoslo todo, Jimena no sólo era su nombre real sino que además era la esposa de Rodrigo y no el amor platónico de una mente enferma). Y si Alonso Quijano tenía a Rocinante, el Cid a Babieca. Eso sí, lo que nunca llegó a tener famoso el Cid fue un escudero como Sancho, aunque a cambio hizo famosa a su espada, que se llamaba Tizona. El Belén Esteban de su época.
—Últimas tardes con Babieca. Lo que no está demostrado de ninguna de las maneras es que el Cid ganara la última de sus batallas una vez muerto. Ya sabéis: se supone que subieron el cadáver del Cid sobre Babieca, y su sola presencia hizo que los moros huyeran. Que dices: vaya mierda de enemigo, ¿no? Pero es que, además, no tiene ningún sentido. Si los musulmanes estaban sitiando una ciudad en poder del Cid, ¿a quién esperaban encontrarse?; ¿a Enrique Iglesias? Que, ya que estamos, eso sí que hubiera sido pavoroso de verdad y una razón de peso para huir, y no encontrarse al Cid sobre Babieca empuñando a Tizona, que era lo habitual. Un poco de rigor histórico, señores. Si es que…

EPÍLOGO: Reza el verso más famoso del Cantar del mío Cid: "—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga". Y no podía ser más acertado, porque eso es lo que hizo toda la vida: cabalgar. Primero cabalgaba, después volvía a cabalgar y, ya finalmente, cabalgaba otra vez. Aquí, como sucede con Rocinante, el verdadero héroe es Babieca, no jodamos.

LeandroAguirre©2013 (revisión 05/11/2014)

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