La naranja mecánica

Y bien y bien y bien, queridos drugos... Esta historia, ambientada en un futuro no muy lejano, narra las peripecias del joven Alex y de sus amigotes, que en el argot naranjomecanil serían los drugos. Las aficiones de Alex y sus compinches son, básicamente, ponerse ciegos con una especie de batido psicodélico, hablar raro y, sobre todo, practicar la ultraviolencia como modo de vida. Palizas, peleas, violaciones, pederastia... Un encanto de gente, indudablemente. Alex tiene, además, una obsesión enfermiza con Beethoven, al que venera por encima de todo.
Todo transcurría normalmente en la vida de Alex y sus drugos: que si paliza a un mendigo por aquí, que si una pelea con una banda rival por allá, que si entramos en la casa de un escritor y le dejamos parapléjico y violamos a su mujer... Cosillas de jóvenes, ya se sabe; quién no lo ha hecho alguna vez, ¿verdad? Pero todo zapato encuentra su horma, y Alex encuentra la suya una noche en la que irrumpen en la casa de una mujer a la que Alex, en el fragor de la batalla, acaba matando, tras lo cual acaba detenido por la policía.
Ya en la cárcel, Alex se une a la iglesia del lugar y, tras dos años de impecable comportamiento, se ofrece para ser el sujeto de un tratamiento experimental del Gobierno para acabar con los instintos delincuenciales de los delincuentes. La cosa consistía en juntar un medicamento que inducía al vómito y al malestar general con imágenes de ultraviolencia, lo que, supuestamente, haría que el delincuente en cuestión se encontrara terriblemente enfermo cuando quisiera hacer el mal. Lo peor para Alex es que las imágenes ultraviolentas van acompañadas con música de Beethoven, con lo cual su música también le provocaría malestar cada vez que la escuchara en el futuro.
En principio parece que la terapia funciona y Alex es declarado curado y se le deja en libertad. En su vuelta a la vida en el exterior, se encuentra con que sus padres han alquilado su habitación a un tipo al que además parecían querer más que al propio Alex, lo cual tampoco era demasiado extraño ni injusto teniendo en cuenta el comportamiento y el currículum anterior de su hijo. Se larga de allí y, vagando por las calles, Alex se encuentra, ya es mala suerte, con un mendigo al que había golpeado con anterioridad, y entre éste y sus colegas mendigos le pegan una paliza. Pero por suerte aparece la policía, aunque, ya de gafe total, uno de ellos es uno de sus antiguos drugos, con los que no había acabado muy bien, así que se lo llevan a un bosque y prosiguen con la paliza que los mendigos habían dejado a medias.
Y por si no fuera suficiente con eso, después de vagar por el bosque Alex acaba... en la casa del escritor al que había dejado paralítico y a cuya mujer había violado, tras lo cual había fallecido. Ninguno de los dos se reconocen en un principio y el escritor, contrario a los métodos contra el crimen del Gobierno encarnados en Alex, acoge a aquel hombre apaleado en su casa. Pero, mientras Alex toma un reconfortante baño, canturrea la misma canción que había en su día cantado a viva voz mientras golpeaba al escritor y violaba a su esposa, así que éste puede reconocerle y lo droga durante la cena, lo encierra en una buhardilla y le pone música de Beethoven a todo trapo para que Alex se vuelva loco y no tenga más remedio que tirarse por la ventana. Con ello conseguía dos cosas: vengarse de Alex y demostrar que los métodos del Gobierno eran una monstruosidad que acababa con las personas.
Alex se tira, efectivamente, pero sobrevive y en el hospital recibe la visita del gobernador, que intenta convencerle de que dé una buena imagen del Gobierno, a lo que Alex accede sabiendo que los efectos del tratamiento se habían esfumado. Es decir, que continuaba siendo igual de malo que siempre.
Y así concluyen muchas de las ediciones del libro e incluso la película de Kubrick, pero no así el libro original de Burgess, que incluye un capítulo más. En él Alex vuelve a las andadas con unos nuevos drugos, pero un día se encuentra con un antiguo compinche que estaba felizmente casado y entonces, en una iluminación, descubre que la ultraviolencia ya no le llena y que lo que quiere es formar una familia y tal y cual.
Si me pedís mi opinión, prefiero dejar el final donde lo dejó Kubrick, porque esto es, con todos los respetos, bastante ñoño. Es como si Drácula, en lugar de morder cuellos por ahí o acabar con una estaca clavada en el corazón, acabara con una familia numerosa, yendo a misa los domingos y realizando obras de caridad como si fuera Charles Ingalls de La casa de la pradera. Sería muy encomiable por parte de Drácula, cierto, pero perdería bastante glamur como personaje, las cosas como son.

LeandroAguirre©2013

 

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