El jorobado de Notre Dame

Todo sucede en el París del siglo XV. En la catedral de Notre Dame vivían el archidiácono Claude Frollo y el archifamoso Quasimodo, un pobre hombre jorobado y sordo que se encargaba básicamente de tocar las campanas y de hacer lo que mandara el archidiácono.
Y hacer lo que mandara significaba literalmente hacer lo que mandara, fuese lo que fuese. Porque es aquí donde aparece la chica de la peli (bueno, del libro; bueno, del libro y de las pelis), Esmeralda, una bailarina gitana que se ve que le hacía bailar los archidiaconitos al archidiácono. Que al archidiácono le hacía tilín la gitanilla, vamos. Pero, claro, los archidiáconos no están, o no deberían estar, muy acostumbrados al cortejo y lo mejor que se le ocurre a Claude Frollo para ligar con la chica es enviar a Quasimodo para que la secuestre. Para qué nos vamos a andar con rodeos, mandar flores o invitarla a tomar un té con pastitas si podemos raptarla, ¿no? O al menos, eso es lo que debió pensar el archidiácono.
La cosa es que el pobre Quasimodo se lo monta fatal, lo pillan y acaba condenado a suplicio público, que consistía, básicamente, en que te tiraban ahí en una plaza para que la gente te pudiera insultar, escupir o lo que buenamente se le ocurriera. Y en una época en la que no había tele, la gente solía tener bastante imaginación.
Llega un momento en el que Quasimodo, agotado, pide agua. ¿Y quién se compadece de él y le trae algo de líquido elemento?; ¿el archidiácono? Los cojones. Es Esmeralda, que además de guapa era buena persona, la que le da agua a aquel ser contrahecho, que se emociona y deja escapar una lagrimilla.
Pasan algunos días y al archidiácono Frollo se lo come la mala leche por dentro tras su intento fallido de cortejo a lo bestia, y acaba matando al maromo del que Esmeralda estaba enamorada, que, por supuesto, era mucho más joven y más guapo que él, y que, sobre todo, tenía bastante más tacto y saber hacer con las mujeres. Pero es que, además, acusan a Esmeralda del crimen y, ya se sabe, entre creer a una gitana que iba por ahí con una cabra o creer a un archidiácono, por muy como una cabra que estuviera, la cosa no tenía color para un juez de la época, así que condenan a Esmeralda a la horca.
Pero —¡tachán, tachán!— cuando van a ejecutarla, Quasimodo se descuelga con cuerdas por las paredes exteriores del templo, agarra a la chica y la introduce en la catedral, donde la justicia terrenal no podía entrar. Aunque no acaba ahí el tema, porque entonces el archidiácono, que ya tenía como quería a la muchacha en casa, se lleva a la chica y le da a elegir: o él, o la horca. Esmeralda, como mujer cabal que era, lo tiene claro: la muerte. Y eso es lo que obtiene. Bueno, eso y que maten a su madre, que aparece por allí de no sé dónde después de quince años sin ver a su hija y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, también es ejecutada.
Es entonces cuando Quasimodo, cabreado ya como una mona, mata al archidiácono —que , estaréis de acuerdo, se lo había ganado a pulso— tirándolo desde lo alto de la catedral, y acaba sus días pereciendo de inanición junto al cadáver de Esmeralda. Que se muere todo el mundo, vamos, que son las historias que a mí me gustan. Yo es que cuando leo aquello de “vivieron felices y comieron perdices” me pongo de una mala leche que ni el archidiácono, en serio.

LeandroAguirre©2013 (revisión 16/04/2015)

 

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