El tambor de hojalata

Oscar Matzerath es un niño alemán muy especial. Demasiado especial, quizás. Tan especial que, a los tres años, decide dejar de crecer. ¿Cómo lo logra?; ¿se toma unas pastillas o empieza a fumar como un carretero? No. Se tira por unas escaleras con tanta precisión que logra su objetivo. No se abre el cráneo, no se parte un brazo, no se queda parapléjico... No: deja de crecer.
Pero no es ésa la única peculiaridad de Oscar. Por ejemplo, es un niño que en lugar de dedicarse a jugar a fútbol o a las canicas, lleva siempre consigo un tambor de hojalata que aporrea incesantemente y con el cual se comunica. Un coñazo, efectivamente. Puede que penséis que, bueno, eso es una fase que puede tener cualquier niño, pero lo de Oscar iba un poco más allá porque cada vez que se le rompía uno exigía que se le restituyera inmediatamente. Y también puede que penséis que los padres estaban locos por comprarle tambor tras tambor, pero a ver quién le negaba nada a un niño que, aparte de más cosas que ahora os explico, no sólo decidía dejar de crecer sino que además lo conseguía.
Otro de los dones que Oscar poseía consistía en que podía romper vidrio con su voz. El chaval emitía un gritito agudísimo e insufrible que conseguía hacer añicos cualquier cristal, ya fueran las copas de su pobre madre como las vidrieras de la catedral de su ciudad. Si a eso le añadimos que tenía una especie de poder con el que podía hacer que la gente sufriera extraños accidentes, todo ello daba como resultado un niño que daba mucho miedo. Y ahora si queréis podéis asegurarme que vosotros no le hubierais comprado más tambores a Oscar en caso de ser vuestro hijo, pero yo no os creería.
En fin... Pasa el tiempo y, tras morir su madre por una sobredosis de sushi, llega a la casa Maria, una prima lejana de Oscar de la que éste se enamora y con la que mantiene relaciones. No os sorprendáis: que pareciera que tuviera tres años no significa que tuviera tres años, y con más de tres años todo el mundo tiene sus necesidades. Pero Maria también se lo hacía con su padre, y cuando Oscar se percata de ello agarra un cabreo monumental. Y todavía se cabrea más cuando descubre que Maria está embarazada —no se sabe bien bien de quién, si de él o de su padre—, e intenta entonces sin éxito clavarle unas tijeras en la panza a aquella chica tan abierta que, finalmente, acabaría pariendo al pequeño Kurt.
Se va entonces Oscar de gira con un circo para, ya puestos, sacarle rendimiento a sus prodigiosas cuerdas vocales. Allí se enamora de otra enana como él, Roswitha, pero su relación se ve interrumpida por causas de fuerza mayor. Que, en un bombardeo sobre París, Roswitha se muere, vamos.
Hecho mierda Oscar regresa a la casa familiar, donde, a pesar de haber intentado asesinar a Maria, es perdonado y acogido. Pero Oscar ni olvida ni perdona y, en un registro en la casa por parte de las tropa soviéticas, le da a su padre delante de los soldados rusos el botón con la esvástica que él se había quitado, con resultado trágico. Su padre también la casca tiroteado, lo habéis adivinado.
Durante el entierro Oscar lanza su tambor de hojalata sobre el ataúd, tras lo cual su supuesto hijo Kurt, con una puntería envidiable, le pega una pedrada en la cabeza y Oscar vuelve a crecer otra vez, yéndose a vivir por ahí con Maria y el retoño. Y se acabó.
Coño, qué resumen más largo he perpetrado hoy, ¿no? Prometo no volver a hacerlo.

LeandroAguirre©2013 (revisión 26/02/2015)

 

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