Los viajes de Gulliver

Los viajes de Gulliver son exactamente cuatro, pero la verdad es que podrían haberse ahorrado tres porque la gente sólo se acuerda del primero a Liliput, el lugar donde nuestro héroe llega tras naufragar y que está habitado por una gente de quince centímetros. Son, efectivamente, los famosos liliputienses, un pueblo bajito pero beligerante que apresa a Gulliver aprovechando que llega inconsciente a la costa. Pero Gulliver y los liliputienses se hacen amiguitos y éste les ayuda vencer a los de Blefuscu, los archienemigos de Liliput, aunque, tras ciertas discrepancias con el rey, Gulliver se ve obligado a huir de aquella gente tan pequeña con una mala leche tan grande.
Gulliver es rescatado entonces por un barco, comenzando así su segundo viaje, algo que sería muy discutible porque, tal cómo yo lo veo, todo pertenece al mismo viaje, pero bueno. Una tormenta dirige al navío hacia una isla llamada Brobdingnac, que, curiosamente, está habitada por seres gigantescos con un gentilicio impronunciable. Tras ser abandonado en la isla, Gulliver es apresado por un granjero autóctono que, viendo en él una máquina de hacer dinero, lo va exhibiendo por el territorio de feria en feria y tiro porque me toca. Hasta que actúan finalmente en la corte y la reina de ese país, cuyo nombre me niego a volver a escribir porque es muy complicado, se encapricha de Gulliver y se lo compra al granjero como si fuera una gallina. La reina lo convierte en su favorito y le hace trajecitos a medida, zapatitos a medida y hasta una casita a medida. Pero, oh, destino, un día un águila también de tamaño desproporcionado se lleva la casita con sus garrazas y la tira al mar porque se ve que le apetecía, y Gulliver es rescatado por un barco de una gente que no sólo tenía un tamaño normal sino que además se dirigía a Inglaterra, de donde Gulliver era.
Comienza así el tercer viaje, que, por lo que a mí respecta, continúa siendo parte del primero. El barco es atacado por piratas y Gulliver va errando de isla en isla hasta llegar a Japón. De todo este periodo quizás lo más destacable sean los nombres de las islas a las que va yendo a parar, como Balnibarbi, Luggnagg o Glubbdrubdib —que más que lugares parecen trabalenguas— y especialmente Laputa, que se puede pronunciar perfectamente pero que es muy gracioso.
Gulliver consigue regresar a su casa allá en Inglaterra pero, manda huevos, el tipo decide comenzar un cuarto viaje, segundo para mí, porque decía que de cirujano se aburría un montón. Y es que eso de tener en tus manos la responsabilidad de la vida y la muerte es tremendamente soporífero, ya se sabe. En esta travesía los marineros que Gulliver con gran sabiduría había contratado se le amotinan y lo dejan en alta mar otra vez. Acaba, cómo no, en otra isla, esta vez habitada por caballos inteligentísimos y hombres deformes y salvajes, y, tras más aventuras aventureras, regresa a casa donde, en un arrebato de sentido común, decide no viajar más y hacerse ermitaño, que como todo el mundo sabe es mucho más apasionante y trepidante que ser cirujano. Un inconsecuente.
Conclusión: muy gafe el tal Gulliver. Pero muy gafe.

LeandroAguirre©2013 (revisión 12/02/2015)

 

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