El Señor de las moscas

Tras un accidente de avión, un grupo de niños de diferentes edades acaba en una isla desierta sin ningún adulto al cargo. El sueño de cualquier niño, vamos. Pero, claro, como allí no habían neveras llenas de yogures ni cocinas de inducción, tuvieron que organizarse para, mayormente, no morirse de hambre. Nombran como jefe a Ralph, un chaval de los mayores bastante organizadito, y mientras unos se dedicaban a cazar, otros buscaban frutas, otros iban a por el agua, otros vigilaban el fuego, y así.
Pero empiezan a haber tiranteces entre los cazadores, liderados por Jack, y el grupo encabezado por Ralph, hasta que los niños se dividen definitivamente en dos grupos. Lo que pasa es que mientras unos se han convertido en unos salvajes peligrosos con lanzas, en el otro bando se han quedado, para abreviar, los empollones. Así que estaba claro quién iba a ganar esa guerra, y más después de que se produzcan varias deserciones en las filas de Ralph —porque, más que nada, los unos comían carne y los otros se comían los mocos—, de que los chicos de Jack maten al pequeño Sam por confusión, y de que luego liquidaran a Piggy, el gordito de la panda, en este caso más que por error por una pedrada a mala leche en la cabeza. ¿Por qué? Pues por eso: por gordito y empollón.
Ralph se queda entonces más solo que la una. Aunque la soledad no iba a ser su mayor problema: su mayor problema es que los cazadores de Jack habían decidido liquidarle. Pero tiene la suerte de que un ex compañero con buen corazón le avisa durante la noche de que al día siguiente van a salir todos de cacería y de que el objetivo de la caza es él, lo que le da a Ralph unas horas de ventaja.
Efectivamente, al día siguiente los cazadores salen en busca de Ralph, organizando una persecución, con incendio de media isla incluido, a muerte. Pero cuando —oh, sorpresa— los cazadores están a punto de atrapar a Ralph en la playa, los chavales se topan con un oficial de la marina que había visto el humo de la isla, que, tras alucinar con la estampa que se encuentra, los rescata y se los lleva de allí.
Gran alegoría, ‘El Señor de las moscas’. ¿El ser humano bueno por naturaleza? Por el forro de los cojones, con perdón. Y mucho menos si no hay elementos femeninos que pongan un poco de cordura a la situación.

LeandroAguirre©2013 (revisión 29/01/2015)

 

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