Frankenstein

Un médico suizo acaba su carrera y decide, en lugar de montar un consultorio o tomarse un año sabático como sería lo habitual, hacer un ser con sus propias manos. No, muy normal el señor no era, lo habéis adivinado. La cuestión es que no solo decide hacerlo, sino que además lo consigue. ¿Cómo? No sé, yo no soy médico, a mí no me preguntéis.
La cosa es que cuando el doctor Frankenstein, que así se llamaba el tipo, descubre el monstruo que ha creado, sale huyendo despavorido. Lo que me lleva a dos reflexiones. La primera, obvia, que el doctor en cuestión no era la persona más valiente del mundo. Tampoco la más centrada, ya que estamos. La segunda, para mí obvia también, es que no entiendo por qué el médico no ve hasta que le da la vida la clase de engendro que estaba creando. ¿No se había percatado antes de que el bicho medía dos metros y medio o tres?; ¿no se había fijado en esos tornillos que le salían de la cabeza?; ¿en serio no veía antes de hacer lo que hiciese para que respirara y caminara que ese ser podía matarlo de medio guantazo? Pues no, se ve que no: hasta que el ser se puso en pie ni pensó en que aquello podía ser peligroso.
Pero Victor Frankenstein no sólo se asusta y sale corriendo, sino que se asusta y sale corriendo sin avisar a nadie. Con ‘a nadie’ me refiero a personas como su hermano, no a los habitantes de la región en general. Y, claro, cuando llega a Ginebra después de, a lo Forrest Gump, dos semanas corriendo sin parar, le comunican que su hermano, el mismo al que no había avisado y había dejado con el marrón, ha sido asesinado y que su presunta asesina, una amiga de la familia a la que tampoco había advertido y que por su puesto no tenía nada que ver con la muerte, ajusticiada. La Justicia suiza siempre ha sido súper veloz y súper eficaz, como todo el mundo sabe.
El monstruo, que, para lo burro que es, es bastante espabilado, se pone posteriormente en contacto con su creador y, tras explicarle la vida de mierda que estaba llevando gracias a su gracia, le pide que, por lo menos, le cree una monstrua con la que poder retozar de vez en cuando. Ya lo dijo Dios en la Biblia: no es bueno que el monstruo esté solo. Finalmente el doctor Frankenstein accede y se va a una isla a realizar su trabajo, pero, antes de finalizarlo, le da un pronto y decide destruirlo. El comprensible cabreo del engendro es tal, que decide que, ya que el médico le había jodido la vida a él, él jodería la del médico.
Y, efectivamente, en su noche de bodas el monstruo mata a la flamante esposa del doctor, que en lugar de estar en la cama con su mujer como era su obligación estaba esperando al monstruo en el salón. Un desastre el médico, sí.
A partir de ese momento Victor Frankenstein persigue a su creación por el ancho mundo con la intención de, por supuesto, matarlo, pero finalmente es él el que muere en un barco que le había rescatado cuando estaba, vete a saber cómo, náufrago en medio del océano. ¿El monstruo? El monstruo también acaba en el barco pero él no muere y puede huir. Que ya me explicarán también cómo y hacia dónde huye uno cuando está en la inmensidad del mar, pero bueno, la cuestión es que huye. Y colorín colorado, este monstruo ya se ha acabado. Y el doctor Frankenstein más, claro. Si es que vaya ocurrencias, en serio.

LeandroAguirre©2013 (revisión 27/11/2014)

 

SECCIONES ACTIVAS

SECCIONES FINALIZADAS

OTROS