Diez negritos

Resulta que habían diez personas que recibieron —cada uno en su respectiva morada, claro— una carta invitándoles a pasar unas vacaciones en una isla perdida por ahí en la pérfida Albión. En Inglaterra, me refiero. Lo que, ya directamente, nos lleva a los dos primeros misterios de esta novela tan misteriosa. El primero, que todas ellas recibieran la carta sin mayor complicación ni retraso, pero hay que tener en cuenta que estamos hablando de Correos de Inglaterra y no de España, lo que deja el misterio en casi nada. El segundo misterio misterioso es que las diez personas aceptaran la invitación como un solo hombre, teniendo en cuenta que la misiva no iba firmada, el lugar estaba en el culo del mundo y el hecho de que allí hubiera una mansión de la que iban a poder disfrutar a su libre albedrío era algo de lo que tenían que fiarse sin más garantía que la palabra de una persona que, repetimos, ni siquiera había dado su nombre. Pero eso también tiene una explicación bien sencilla: a la gente nos dan algo gratis y nos da igual todo lo demás. Es decir: ponte a repartir boñigas de cabra gratis en la avenida principal de tu ciudad y te las quitarán de las manos. Ya te digo.
En fin, que los diez incautos llegan a la isla y, aunque sorprendentemente existe la mansión mencionada, se encuentran con que su anfitrión es una voz en off que sale de no sé dónde y que les acusa de haber estado de una manera u otra relacionados con la muerte de alguna persona.
A partir de ahí todos los invitados van siendo asesinados uno por uno siguiendo la letra de una canción infantil en la que, al igual que los elefantes que se balancean sobre la tela de una araña pero al revés, hay diez negritos y cada vez hay uno menos porque se los van puliendo. Va más o menos de esta manera: “Diez negritos salieron a cenar;/uno se asfixió y entonces quedaron nueve./Nueve negritos estuvieron despiertos hasta muy tarde;/uno se quedó dormido y entonces quedaron ocho./(…)”. Y así hasta que, de las más variopintas maneras, todos van muriendo y queda uno que, finalmente, se ahorca. Que no sé yo si es una canción muy adecuada para las impresionables mentes infantiles, pero cada padre y cada madre sabrá, por supuesto.
La cuestión es que, como en la canción, los invitados van muriendo uno a uno hasta que a Agatha Christie le da la gana acabar con la trama. ¿Cómo? Eso tendréis que descubrirlo vosotros mismos. Lo único que puedo decir para no desgraciar el desenlace es que, increíblemente, en este caso el asesino no es el mayordomo, lo que hace la resolución por parte del lector mucho más difícil que habitualmente. Si hasta en El Cluedo el asesino es siempre el mayordomo, hombre. Y es que si ni Agatha Christie respeta los mandamientos de las novelas de misterio y asesinatos, es que ya no se puede creer en nada.

LeandroAguirre©2013 (revisión 04/09/2014)

 

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