El Principito

Esto va de un aviador —como lo era el autor de la obra Antoine de Saint-Exupéry— al que se le avería la avioneta y queda perdido en el desierto del Sáhara. ¿Y qué pasa cuando te pierdes en un desierto? Que agarras unas insolaciones de padre y muy señor mío, que es una expresión que nunca he acabado de entender del todo pero que, oye, si se dice por algo será. ¿Y qué sucede cuando agarras una insolación? Pues que sufres de unas alucinaciones que ni de LSD. Precisamente eso es lo que le pasa al prota —Principito aparte, por supuesto— de El Principito: que en lugar de ver lucecitas psicolédicas de colores o monstruos del inframundo, ve a un pequeño príncipe que hace y dice unas cosas muy raras.
El Principito es el ídem del asteroide B 612, una roca, con perdón, de mierda en la que hay tres volcanes, dos activos y uno no, y una rosa. No es mucho patrimonio, es cierto, pero si alguno de vosotros es dueño de un asteroide, que avise. Eso sí, el nombre del asteroide en cuestión es bastante pobre, la verdad. Parece un medicamento en fase experimental, un aditivo alimentario o algo así, ¿verdad?
La duda que surge de entrada es: si el Principito era el único habitante de su planetita, ¿por qué se conformaba con ser Su Alteza Real pudiendo ser Su Majestad, o, dicho de otro modo, el Reyecito? Misterios de este niño, que, como ya os he dicho, era bastante rarito. Si en su planetita hubieran habido otros niños, probablemente se hubiese llevado un montón de collejas inimaginable.
Llegó un día en el que el Principito, como es normal, se harta de estar solo en su planetita y, a lomos de bandadas de pájaros, que, se ve, hacen migraciones interplanetarias, viajó de planetita en planetita visitando a personajes ciertamente singulares (un rey, un vanidoso, un borracho, un hombre de negocios, un farolero y un geógrafo) y haciendo preguntas. Muchas preguntas. Mu' pesao el chaval, en serio.
Finalmente llega a la Tierra donde, tras un encuentro con una serpiente y otro con un zorro, conoce al aviador en el Sáhara. Que mira que hay lugares en el planeta como para ir a parar en medio de un desierto, pero bueno. Allí empieza a ponerse un poco cansino —perdón, cansinito— con el pobre aviador, que suficientes problemas tenía: que si “dibújeme un cordero, señor”, que si “eso no es un cordero, es una boa que se ha comido el elefante, señor”, que si “los trescientos últimos corderos que me ha dibujado no me gustan, hágame otro, señor”. Y así. Extraña sobremanera que un aviador extraviado en el desierto continuara dibujando cordero tras cordero en lugar de estrangular al niño, pero eso fue lo que hizo hasta que, ya sí, se le hincharon las bolsas escrotales y le dibujó una caja y le dijo: “El jodido cordero está dentro, niño”. Curiosamente, eso dejó satisfecho al Principito.
Al final, el Principito decide regresar a su planetita, pero no lo hace por InterPato como era lo habitual, sino que se hace morder por la serpiente que había conocido, que parece que tenía la facultad de transportarlo de esa manera hasta su planeta. Hasta su planetita, quería decir.
Y, claro, al día siguiente al aviador se le pasa la insolación, y ni hay Principito, ni serpiente parlante con poderes extraordinarios —si es que no es suficientemente extraordianario que, Biblia aparte, una serpiente hable—, ni nada. ¿Qué fue del aviador? Pues que salió del trance y escribió un libro llamado El Principito que no es precisamente Guerra y paz. Me refiero a que no es mucho más largo que este riguroso y elaboradísimo resumen, vamos.
En fin… Moraleja de El Principito: para qué te vas a gastar el dinero en drogas si perderse por el desierto da resultados mucho mejores.

LeandroAguirre©2013 /revisión 28/08/2014)

 

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