Alicia en el País de las Maravillas

Todo el mundo conoce a Alicia: los que no se han leído el libro han visto alguna de las múltiples películas, y los que no han presenciado alguna ópera han compartido con sus hijos versiones en dibujos animados.
Pero... ¿de qué va Alicia? Ese es otro tema. Básicamente depende de quién lo interprete. No es la misma la visión de un niño de seis años que la de un matemático de sesenta. Porque, sí, interpretaciones de Alicia en el País de las Maravillas hay de todos los gustos y colores: como decía matemáticas, psicológicas, antropológicas, mecánicas, químicas, astrocosmológicas, chipiritifláuticas, supercalifragilisticuespialidosas...
Yo me inclino por la interpretación psicotrópica. Es decir: a Alicia alguien le mete LSD o algo en el té que se estaba tomando y, claro, de repente empieza a ver conejos con relojes, orugas azules, setas gigantes, reinas de corazones con vida propia y, en fin, esas cosas que, dicen, se ven cuando alguien te cuela ácido en el té. El relato acaba que toda la surrealista experiencia vivida por Alicia es sólo un sueño, aunque esa es la versión políticamente correcta porque era una historia que tenían que leer niños. Pero de sueño nada de nada, oigan. Drogas. Aquí hablamos de drogas. De las que consumía Lewis Carrol para escribir historias como esa, más concretamente. Pero no es eso lo que me molesta y critico: lo que realmente me enerva es que el tipo egoísta no compartiera con el mundo de qué sustancia se trataba para que los demás también pudiéramos ver conejos rosas, sonajeros con vida interior, donuts pantagruélicos, manifestaciones de garrapatas indignadas y esas cosas. No tiene perdón de ningún dios, la verdad. Que sepáis que yo jamás os lo haría
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LeandroAguirre©2012 (revisión 31/07/2014)

 

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